Kribi es un paraíso al suroeste
del país, en la costa. Está a dos horas y media de Douala, no por la distancia,
que aquí las medidas se toman de manera diferente, sino por sus carreteras mal
asfaltadas. Con un tráfico infernal y de un solo carril, de tanto en tanto
algún listillo decide lo contrario, y se convierten, por arte de magia, en dos
o incluso tres carriles, que no tienen por qué estar situados juntos, pueden
alternarse con los de vuelta, en un incomprensible caos entre el sálvese quien
pueda y el yo entré primero.
Cuando pasas Edea, una población
más o menos a mitad de camino, la carretera mejora un poco. El Presidente, Paul
Biya, tiene una casita en este paradisíaco destino, por lo que decidió,
sabiamente, que era de utilidad nacional, mejorar las vías de acceso al mismo.
Kribi es, en términos
comparativos, lo que sería para nosotros Marbella. Ahora bien, nada más lejos
de la realidad. Puestecillos erigidos con maderas desiguales se disponen a un
lado de la carretera. Los carteles que los decoran están deslucidos y
decolorados, lo que les confiere una apariencia similar.. Árboles y palmeras se
alternan con bolsas de basura y botellas. Todos parecen ocupados en algo.
Caminan de lado a lado, hablan o vocean, cargan bultos, ríen y descansan, pero
parece que el escenario no se modifica. Como en una ruleta van pasando de
tareas y siempre vuelves a presenciar la misma situación, pero con actores
distintos. Es como un déjà vu continuo.
Hay varios hoteles bonitos, con
todas las comodidades, y solo uno con el inconveniente de internet. Para no
dejar de trabajar, que todo el personal anda pegado a su dirección mail. Uno
compuesto por bungalós individuales, dispuestos entre vegetación, otro por
casetas, cada una de ellas con varias habitaciones, y en el que me quedé yo,
dos plantas dispuestas alrededor de un patio central con una piscina y
estancias que dan al mismo, pero todos ellos con la playa según te caes de la
cama. Al ser un pueblo costero el pescado es espectacular, y lo más famoso de
aquí son las gambas, cocinadas en todas las modalidades.
Encuentras rincones de ensueño
donde de verdad te puedes perder. Tiene un río, la Lobé, con cascada incluida,
que va a dar directamente al mar. Por este flujo constante de agua dulce puedes
hacer una ruta en canoa, hasta llegar a un poblado de pigmeos, aunque están un
poco contaminados por el mundo moderno.
Ahora, en la época de lluvias,
rara vez ves el sol, pero la temperatura te lo permite todo. Surf, kite,
paseíto y baño. Aquí ves a la élite extranjera, acompañados por niñas morenitas
que consiguen que la media de edad se quede en cuarenta años, y lo digo cuando
ellos podrían estar jubilados. Las ves pasear sus cuerpos esculturales mientras
se golpean la cabeza con palmadas, para pegarse la peluca.
Me tocará venir muy a menudo, ya
que tenemos varios frentes de la empresa abiertos, y más que irán llegando,
porque están construyendo un puerto inmenso, para descongestionar el de Douala. Prometo reportaje fotográfico.