Ya estoy acostumbrada, bueno, más
o menos, que uno nunca se acostumbra del todo a estar lejos de los suyos en el
cumpleaños,.. Este es el sexto año seguido que lo paso fuera de casa, y aunque
estoy feliz, no deja de acompañarme un regustillo amargo.
Hay mucha gente que no lo
celebra, o no le da importancia. A mi sí que me gusta, como disfruto de
cualquier otra excusa para un intercambio de sonrisas, el compartir un ratito o
dedicar un pensamiento a esa persona que forma parte de tu vida. Así que esto
ha de servir para repetiros que os echo de menos.
Enrique me dijo que me arreglara
para ir a currar. Estaba un poco desanimada y no me apetecía. Encima intento
dar una imagen seria en el trabajo y no me he traído ropa acorde. Mis
vestiditos aquí no pintan mucho. Pero le acabé haciendo caso, y me empecé a
sentir mejor.
Compré unos dulces para llevar a
los compañeros, croissants y beignets, para empezar el día goloseando. Y cuál
es mi sorpresa, cuando después de la reunión que teníamos programada con todos
los jefes de departamento, al sacar las cajas, uno de ellos se erige en el
centro, y todos los demás serios, cierran los ojos, bajan la cabeza y cruzando
las manos en el pecho, escuchan una oración en mi honor, de bienaventuranzas
para todo lo largo de mis 34 años,.. Yo abrí un ojo, disimulando, porque quería
observar lo que estaba pasando, y me ha dado la sensación de que era la única
que no rezaba. Ha sido sorprendente lo primero, luego me ha hecho sonreír, pero
en realidad, a pesar de que cada vez creo menos que haya nada ahí arriba, me ha
gustado ese deseo de felicidad comunitaria.
Y todo el día en la oficina,
papeles arriba y abajo, mails, visitas a clientes y que cuando termine por la
tarde, me dice que el jefe que uno de los peces gordos de Bolloré quiere vernos
para discutir sobre el contrato. Pues nada. Si es lo que quiere así lo hacemos.Ya por la tarde me entero que encima el tío es muy poco serio, que suele llegar
tarde, pero que no podemos faltar. Así que nos tocará esperar, y yo no me
atrevo a quedar con nadie para tomar ni una cañita, porque no sé si voy a tener
tiempo. La cita es en el Boj, un garito super chulo con unos techos altísimos y
una exposición de cuadros permanente. Pues lo aprovechamos. Llego con mi colega
y pido cerveza, se echa las manos a la cabeza y me lo cambia por champán.
Encima que es tu cumpleaños y estás trabajando. Asiento. Y el tío de la reunión que no viene.
Una llamada de teléfono nos
indica que se retrasa, como cabía esperar, y que encima tenemos que irnos al
hotel de un amigo suyo, porque está allí liado, a adaptarnos. Con las dos
copitas de vino que me tomé al llegar a casa, y dos de Moët en todo lo alto,
nos vamos al otro sitio. Y no me encuentro al empresario gordinflas que me
estaba fastidiando el día, sino a toda la gente que conozco, copa en mano,
reunidos para conseguir lo que ha sido el mayor engaño de mi vida. Sylvain
me la había colado completamente, qué bien lo hizo el jodío. La mujer de
Guillermo y su familia, un par de madrileños que trabajan para el gobierno, los
de Aresa, Adaman y su hija, Úrsula, Alicia, Javier,Larry,... Una carpa preciosa
al lado de la piscina, dos barras con mil tipos de canapés y brochetas de
frutas. No me lo podía creer, al tiempo que sonaba la música de un grupo
tocando para nosotros, y ¡cómo lo hacían! Ambientazo.
Nos iban trayendo pinchos recién
braseados al tiempo que descargábamos la vinoteca. Regalitos y mil risas.
Cuando llegó la tarta y se pusieron a cantarme mientras se consumían las
bengalas no podía más. Creí que no sería posible sentirme tan en casa. Salió
todo perfecto. Enrique cogió la guitarra e intento sacarle unas notas
flamencas, Razvi hizo lo propio con el reggea. La fotógrafa no paró de currar
en toda la noche. Y cuando se nos caían las horas del reloj, llegó un grupo de música americano que se alojaba en el hotel, los blackstreet, jejeje, los backstreet
pero en negro, y se vinieron a tomar algo con nosotros.
Lo malo fue ir a trabajar al día
siguiente, pero me dio igual.
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