Parece que eres invencible, que a
ti no te puede ocurrir. Pero llega el momento y sucede. Enfermas. Y piensas, no
pasa nada, unas décimas no van a ponérmelo difícil. Pero el mercurio no da
tregua, y tras la empastillada llega el pico de fiebre. Y no estás en casa.
Comienzas con el antibiótico. Pero al tercer día no remite. Y empiezas a
hacerte preguntas. Solo son ráfagas de pensamientos que deshechas casi al
momento. Pero, ¿qué seguridad te ofrece un país en vías de desarrollo?¿qué
puedes hacer en según qué situaciones?
Casi nada más llegar a este
bienaventurado país, que se aviene a acogerme, uno de los expatriados se puso
enfermo. Nos acercamos a verle. No te preocupes, me dijeron, está en un
hospital modernísimo, estilo europeo. Casi lloro cuando lo veo. Mal iluminado,
poco ventilado, apenas abastecido. Realmente tienen la mayoría de los medios
para hacer frente a un amplio espectro de problemáticas médicas, pero lo que
entra por los ojos es diferente.
La suciedad, los mosquitos,
equipos antiguos y médicos dispuestos a inventarse dolencias para hacerte las
pruebas más caras, o alojarte en sus instalaciones a precio de oro. Ninguna de
las comodidades a las que estamos acostumbrados, la televisión, ventanas, silla
para las visitas. Las entradas en obras, caminos de tierra plagados de zanjas.
Las salas de espera con personas esperando lo que pudieran ser siglos a tenor
de sus miradas desesperanzadas.
Pero por fin el cuarto día
empiezo a encontrarme mejor. Y ahora me sorprendo. Me hacen pruebas a domicilio
de sangre y orina, y me traen los resultados a casa. Me realizan una ecografía
y me preparan para escáner. Parece que no lo hacen mal del todo. Los seguros
cubren absolutamente todos los servicios. Y parecen que van a encontrar la
solución que no me llegaron a dar en España sobre mi riñón. Aunque ya no me
hace falta, porque me encuentro bien, pero la próxima no me pilla desprevenida.
Hoy me han hecho la última
prueba, la del escáner. Tenía cita para las 08:30h, y después de quejarnos
repetidamente, me hacen entrar a las 09:20. Mi sentido de la responsabilidad
con el trabajo nuevo me deja anonadada. En fin, que me desnude y me tumbe. Me
pinchan para abrirme una vía. El aire acondicionado al máximo, para que no se
caliente la máquina. No lo entiendo, tiene aspecto de ser completamente nueva.
De hecho, da la sensación de que los enfermeros aún no se han leído las
instrucciones, porque no saben ponerla en marcha. Me cabreo. Brazos arriba,
helada y con la vía puesta me tienen esperando algo, lo que sea. Que tienen que
reiniciarla. A saber, el tío de la recepción decía que el retraso se debía a
que la estaban calentando, que se pongan de acuerdo. El caso es que para las
10:00 pudimos hacer la prueba. Me inyectaron un contraste que da una sensación
de calor interno que no sé cómo explicar, ya que no me afectaba más que por
dentro, fuera estaba con la piel de pollo y pensando en el tratamiento de una probable
hipotermia.
Las 10:30 y por fin se acaba. Al
llegar a casa además tengo el resultado de los últimos análisis. Por lo visto
en España me daban un antibiótico al que soy resistente. Creo que finalmente no
puedo quejarme por las aventuras vividas hasta llegar aquí. Pero con probarlo
una vez tengo suficiente.
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