miércoles, 19 de junio de 2013

Distinto


Aquí es todo distinto.

La pescadería es el puerto. Te aproximas y no preguntas lo que vale, tú les dices lo que pagas. Y empieza una dura lucha de dimes y diretes. Y que si tanto o cuanto, que si ayer fue tal o pascual, y que si lo ha pescado mi madre, o que al final se lo come tu tía, y llega nuestra acostumbrada recriminación, paf, que si el precio del blanco,.. y, en este punto, invariablemente, se sonríen, no pueden evitarlo.



Pero se llega a acuerdos. Y eliges el pez que te interesa, el de las agallas más rojas, el del cristalino más límpido. Y los cangrejos más gordos. Feliz con tu compra, dan ganas de decir con tu pesca, porque los sientes tuyos, tienes a un chiquillo que te los transporta a una cocina. Por decirlo de alguna manera.



Muretes de metro y medio de altura separan fuegos y hornillos propios de ajenos, colocados en hilera a lo largo de cincuenta pasos. En cada uno de esos cubículos, destechados, se organizan al menos una o dos mujeres y uno o dos críos, que te increpan cuando pasas para que te detengas en el suyo. Y otra vez a discutir, quién te lo hace, cómo, y por cuánto. El acompañamiento no acarrea ese problema, las opciones son limitadas, fritas, plantel o un mezcladito de ambas.



A la brasa, con salsa, a fuego lento, con cebolla. El “piment” llaman aquí a un ungüento del demonio, que aparte de matar el sabor tienen que acabar con todos los posibles bichos que aún quedaran tras el fuego. Increíble el resultado. Y mira que para pasarlo hay que tomar cerveza del tiempo, y eso, es mucho decir. Que por más fría que la pidas tarda nada y menos en ponerse en temperatura ambiente. Te ponen una ensaladera con agua para que te laves las manos, y dependiendo dónde esté la lonja en cuestión, puedes contar con cubiertos o tienes que lanzarte con las manos. Lo cual es hasta de agradecer, porque está para chuparse los dedos.

Y comienza la espera. En Camerún ningún lugar dedicado a la hostelería se caracteriza por la celeridad. Atiendes pacientemente, y bebes, y charlas. Y miras las maravillosas vistas, el mar, los cayucos. Y vuelves a beber, como los peces del villancico. Y sudas. Y cuando ya tienes la panza repleta de cerveza, los ojos llenos de azul y se te han acabado argumentos, continuas inerte, mirando los chiquillos pasar, vendiendo toda clase de frutos secos, da igual las veces que levantes el reloj. Y ya cuando se te ha olvidado el motivo que te llevó a ese sitio, cuando menos te lo esperas, comienza el desfile de platos y sonrisas. Y ahí, por fin, te pones manos a la obra, nunca mejor dicho.



Los colegas de expatriación no son como la gente que te encuentras en la cola del super. Conoces gente de todas las edades, en ámbitos de trabajo completamente diferentes. Y nadie desentona. Son gente que se ha arriesgado, que ha decidido poner en práctica sus sueños, emprendedora, curiosa. Aprender a su lado resulta natural.

Las oportunidades de África transforman las expectativas. Sacan lo mejor de cada uno. Pero todos tienen un puntito de locura, unos gramos de aventura y varios sacos de cosas que contar. Es increíble cómo se desarrollan las conversaciones. De lo mundano, de las experiencias, de los más profundos pensamientos, de banalidades. Y ahí llega el nexo de unión, también en África se arregla el mundo rodeando una mesa de bar con unos vinos.

La gente está sola. Ha dejado atrás a familia y amigos, y es mucho más fácil conocerse. Todos buscamos una excusa para quedar, cualquiera vale, a cualquier hora. Es como estar de Erasmus, cuando aún había pasta para eso, me refiero. Pero en un país problemático por la seguridad, en un lugar donde cualquier enfermedad puede convertirse en un verdadero problema, en un mundo donde tú eres el diferente, se crea un ambiente más cercano, te sientes responsable de todos, y ayudas y apoyas y escuchas y acompañas y proteges. Un nuevo clan en un nuevo continente.

Las vivencias en Camerún son impensables en otro sitio. Es como estar en una película. Y, además, no de las americanas, tan previsibles, éstas esconden la posibilidad de una sorpresa; nunca puedes estar seguro de cómo va a acabar. Vas a ver un concierto de música clásica en un teatrillo, donde tocan las bandas sonoras de las películas de Fellini dos italianos trajeados como mafiosos, y aquello se llena de gente de la vecina bota, y acabas cenando con un piloto que imita a Torrente sin freno; El arcoíris ilumina, como ráfagas de luces de colores, en vez de aprovechar él la luz para mostrarse, y enciende el apagado cielo plomizo que nuevamente amenaza lluvia; las exposiciones de arte contemporáneo en Doual’Art con lienzos de dos por dos a precios desorbitados, ¡qué contradicción! Y todas las obras vendidas, mientras un muchacho fuera, por menos de un euro, se recorre media ciudad para traer el tabaco que pides, ahora ya no, que lo he dejado; tomas el café en un muelle donde el río casi ha desaparecido por la bajamar mientras tocan el yembé y la guitarra dos pigmeos, ¡como los rumanos con sus acordeones en las terrazas! Mientras comes pollo a la brasa con las manos, en un restaurante camerunés, viene un tío, como de la Paramount, a declamar monólogos, a sacar carcajadas al personal, es un humor muy particular el suyo, o un hombre toca unos clásicos africanos y después les pide el teléfono a los blancos, para al día siguiente llamar y decirte lo mala que se encuentra su madre, y lo caro que es el médico. El otro día fui a echar gasolina, y le dije a la chica del surtidor que metiera 20000 cfas, porque lo llevaba sequito, bueno, ¿no estamos en algo más de 19000 y aquello empieza a desbordar? Joder, y no paraba, la neurona la tenía concentrada en llegar al precio que yo le había dicho, y aún viéndolo, no se daba cuenta que no tenía sentido continuar vertiendo combustible que caía chorreando por la chapa del vehículo. Este es un país muy jerarquizado, hay estatus superiores a otros, sobre los que se ejerce una violencia disfrazada de soberbia, una descortesía que evidencia la desigualdad de poder sobre el otro, pero el que se encuentra por debajo no se molesta, lo acepta, impertérrito, anómico, esperando que llegue su momento de ascender, y ser él quien se encuentre en mejor posición y así poder machacar a los que continúan por debajo. Y ésto se extrapola a la conducción. Aquí tiene preferencia quien conduce el coche más grande. No existen rotondas si viene un camión a toda velocidad, el del todo-terreno puede al del coche, éste al de la moto y ¡pobre peatón!

A lo mejor, al fin y al cabo, no es tan diferente,..



viernes, 7 de junio de 2013

Mi trabajo.



Esta entrada es sólo para contaros qué voy a hacer aquí en Douala. Espero no aburriros.

El lunes hice la entrevista de trabajo. Me reuní en el despacho de Silvan, el Director de Calidad de Africa Security, para que me diera unas guías a seguir en mi encuentro con los propietarios de esta empresa. Escribimos cinco líneas en un Word con mi experiencia. Vaya, ¡cómo se puede reducir una vida laboral en tan poco espacio! Pero, ¿quién me iba a decir que un curso online de prevención de incendios y planes de emergencias iba a dar tanto de sí?

Me suben con mucha ceremonia al despacho del jefe. El dueño. El fundador. Es un francés de unos setenta años. Con barba y bigote encanecidos, unas gafas antiguas de pasta de montura transparente, que se descuelgan por el tabique de su nariz. Ojos hundidos pero vivos, escrutadores. Piel cetrina, arrugada. Vestido de forma descuidada. Delgado de nervios. Voz suave, monótona, que me saluda sin efusividad. Está sentado en un sillón elevado por una tarima, le hace parecer más alto cuando se levanta a darme la mano. No sonríe en ningún momento. Su mujer es una camerunesa unos veinte años más joven, de mirada inteligente y movimientos enérgicos, vestida con un traje de chaqueta y falda, floreado y colorido. Más tarde han sustituido su nombre por la descripción, y cito textualmente, “serpiente de dos cabezas”. Nos sentamos los tres.

Mr. Turpin comienza a explicarme en qué va a consistir mi trabajo. Llevan la seguridad de las multinacionales más importantes de Camerún. Hacen perfiles de riesgo, análisis de vulnerabilidad, planes de emergencia, disponen guardas, llevan la seguridad del aeropuerto, hacen traslados de bienes, incluso poseen especialistas en barcos, para casos de piratería. Bien, todo eso lo voy a revisar yo. Los especialistas y técnicos harán los estudios, y yo los discutiré con ellos. Una vez finalizado me iré con el dossier a entrevistarme con los clientes. Llegaremos a acuerdos para ajustar costes y presupuestos, y firmaremos contratos. Dios mediante.

En Camerún las empresas de seguridad no pueden llevarlas extranjeros, es por eso que Africa Security pertenece en papeles a su mujer, en un 90%. Ella es la Directora General. Y a mí me tendrán legalmente como consultora externa, y en realidad de Directora de Seguridad. O eso es lo que pondrá en mi tarjeta de visita...

-“Gracias, gracias, ningún problema.” Me despido y me voy con Martine Turpin a su despacho, situado justo al lado. –“Qué bien trabajar con una mujer, estoy muy ilusionada.” –“Yo también, me encontraré más cómoda”, miento sin saber qué pensar realmente. Me ofrece el sueldo, es un poco más bajo de lo que me había planteado, pero teniendo en cuenta que un vigilante aquí cobra 50 euros al mes, lo paso por alto, al menos para el periodo de prueba de tres meses por el que voy a empezar. Coche de empresa. Dos semanas de vacaciones cada tres meses, para poder irme a Europa. Bien. Me cuadra. Pero me tengo que hacer la dura, y le digo que me lo voy a pensar, que tengo más ofertas y una reunión esa misma tarde.

El miércoles les llamé para concertar una nueva cita. Estaban preocupados porque creían que no iba a aceptar. Increíble. Pero aquí los tiempos también transcurren de manera diferente, y ha sido hoy, viernes, cuando finalmente me he acercado a estampar mi autógrafo en unos cuantos papeles. Me han llevado todo el día de lado a lado presentándome gente. Clientes y trabajadores. He dado la mano tantas veces que mañana tendré agujetas.

Manos duras, rugosas, manos firmes o temblorosas. Manos lánguidas y enérgicas. Manos momentáneas o perennes. Ásperas y húmedas. Huidizas, poderosas. Supongo que aquí no están prevenidos. No estudian psicología, ni se preparan entrevistas como hacemos en Europa. Cada uno de ellos me ha dado su mano, como lo siente, que le define y le ubica. Ha sido interesante. Y después, con toda esta información, me he lavado las mías.

Hoy me he enterado que estoy realmente al mando. Que voy a tener secretaria. Y que al sueldo se le añaden comisiones, y beneficios, a espaldas de la Directora General. Y acabo de llegar. Este reto se promete interesante. Aún no me lo creo. Os mantendré informados, y escribiré sobre esta aventura, enterrada, probablemente, bajo una montaña de papeles.

Douala


Estoy anestesiada. Los sentimientos permanecen hibernando bajo mi piel, no los reconozco, no sé por dónde pueden acceder al exterior, no alcanzo a saber siquiera en qué consisten. Este harmattan  que cubre siempre la ciudad  es la metáfora perfecta de mi estado, la realidad de mi inercia, mi dejarme llevar. Sin decidir realmente. ¿Qué fue antes, huevo o gallina?

El caos desordenado del tráfico, los ruidos, los olores, el continuo movimiento de todo y el absoluto estatismo del conjunto. Las idas y venidas. Cuánta vida en cada pulsión. Los colores, armónicos y contrapuestos; la luz tan palpable como lo es su ausencia; la lluvia infinita; los sabores que se descubren al paladear el ambiente con los ojos.

Las historias detrás de cada mirada. El lenguaje que exige las manos acomodando las palabras. La alegría y la tristeza en tan solo un parpadeo. Las necesidades cubiertas, las requeridas y las infravaloradas. Un pensamiento tan dispar, una lógica tan distinta que impide comprender el conglomerado, y a la vez lo contextualiza. La caricia de irrealidad me pone los pelos de punta.

Los consejos y las dudas, los avisos y las experiencias, a cada instante; advertencias esperadas o por sorpresa, en todos los idiomas, con una sonrisa generosa, un ceño fruncido, una mano alzada, una mirada paternalista. Me dan ganas de abrir una hoja Excel.

El futuro que se estampa en la puerta de esta casa, que llama, que me dirige, que le pone punto y aparte a mi vida. O punto y seguido. Los cambios acaecen, se suceden inalterables, van haciendo mi camino sin que yo ande. Y aún así gasto mis suelas.

Verde árbol. Verde militar. Verde plantel. Verde plástico. Verde diversidad. Verde que te quiero verde.

Gris humo. Gris sucio. Gris ceniza. Gris nube. Gris desgaste. Gris como equilibrio entre extremos.

Douala.

miércoles, 5 de junio de 2013

Agua




Quería hablar de la lluvia. De cómo el cielo se cierra lentamente, inmisericorde, como torturándote, mientras te hace saber que se aproxima la oscuridad. De cómo sientes el peso que va llenando las nubes, cómo notas que todo a tu alrededor es consciente de lo que está por venir, los ruidos de la gente se diluyen, los vehículos se alejan y no son sustituidos por otros, los pájaros y los perros se desvanecen. Todo se apaga. La nada.

Los nimbostratos encajan como un puzzle, sin resquicios, sin piedad. Bajan hasta tenerlos a un palmo de nuestras cabezas. Son tangibles. Y comienza a caer. Había oído en multitud de ocasiones sobre la lluvia en los trópicos. Esto es la definición por antonomasia.

Todo es silencio, y de pronto, el ruido de cada gota repicando en los techados de chapa metálica como soldados al comienzo de la contienda entrechocando sus armas. Inunda. Sobrepasa. Desborda. Agua sobre agua, inacabable, inabarcable, eterna. Acompañada de truenos y relámpagos que iluminan los interminables chorros que destila el cielo, como si fuera a deshacerse y desaparecer, vertido.

Minutos que suceden a horas, y a éstas, días.

Quería hablar de la lluvia, pero no puedo detenerme aquí. La verdadera protagonista es el agua, en todas sus modalidades. Estamos al lado del mar, rodeados por ríos y rías. Nos bebemos tres litros embotellados por día e ir al gimnasio es como correr en un baño turco. Te la venden en bolsas, en botellas, en garrafas. Se suda al andar, al hablar, en el sol y a la sombra. Te la echas por encima o la paladeas. Los charcos, tras vaciar un cubo. Las tuberías que dan a la calle. Se empaña el espejo de la ducha, las ventanas del coche. El traspaso de temperatura hace que se condense el preciado líquido en cualquier objeto al perder el beneficio del aire acondicionado o el frigo. El agua en Doaula es omnipresente.

En realidad esto sí que es verdadera adaptación, simbiosis, pues ¿no estamos compuestos de agua en un 80%? O eso o me voy a convertir en pez. El que haya pensado en Dory se entera.






martes, 4 de junio de 2013

Noche de viernes


Quería contaros cómo es salir por aquí de noche. El viernes quedamos a cenar y nos liamos hasta las tantas. Pero no me acuerdo. Eso se debe a que el alcohol que ponen en los bares, fuera de cervezas, vinos y espumosos, está hecho en Nigeria. Y cuando llevas aquí un tiempo te dan ganas de pedir garrafón, el de  siempre, y por favor. Que así solo lleva añadido el vaciado del día siguiente, y no un mal cuerpo que me hace pensar en la malaria de manera recurrente a lo largo de las 24 horas que dura. Porque sí, una resaca aquí dura eso. Ni más ni menos. No sé si es por el calor o por la humedad o porque ya tengo veintiocho tacos (¿ha colado?)

Entonces, y a pesar de las lagunas, voy a soltaros retazos de lo que creo que pasó, y que en realidad no creo que diste mucho de la verdad, y el que no quiera creerme, que no lo haga.
Nos fuimos a cenar a “La Fourchette”, un restaurante pijillo, regentado por un extranjero, obviamente. Un francés para ser exactos, amigo de la pareja con la que compartíamos velada.
Nos trajeron una inmensa fuente de ostras, bien acomodadas en su cama de hielo. Y pan y mantequilla. Y mejunje de vinagre y charlota. Como buenos galos. Bien regadito con unas botellas de vino blanco. Y por arte de magia la conversación fue fluctuando cada vez de manera más sencilla. Claro, que ahora lo pienso, y si me pongo contentilla y no se me entiende ni jota, supongo que el francés no me pondré a hablarlo como Victor Hugo. En fin.

Aún era temprano cuando salimos del local, así que inocentemente, hicimos caso al traidor de nuestro colega y nos introdujimos en “After Dark”, un bareto que yo en mi mente relacioné con noche oscura, y que no presagiaba nada bueno. Por supuesto conocían a los dueños, aquí se conocen todos, y yo, ignorante, caigo otra vez en la piedra y me pido un gintonic, a ver si os pensáis que este iba a ser el primero, que ya llevo aquí dos semanas. Pero empiezan a caer rondas de tequilas. Y cuando ya pierdes la cuenta es mejor que te vayas a casa, pero no soy tan precavida.



Nos cambiamos de garito y ahora sí que sí. L’orange metallique”. Música a todo volumen y gente en la pista. No estoy  segura de lo que sonaba, pero eran canciones actuales más bien marchosas, porque nos pusimos a bailar. La mujer de nuestro colega se hizo cargo del papel de “partenaire” de baile, con mucha maña, y mientras nos traían la hielera con el champán no dejamos de menearnos a un ritmo, digamos, más o menos acompasado. Nos sacaron a bailar cameruneses, e italianos y chinos. Yo me enganché con un muchacho gay, que llevaba un foulard que daba mucho juego. Lo siguiente que recuerdo es que los chinos nos atacaban, alguno recibió un chorro de spray de pimienta a discreción, y para los que sabéis que vine armada, no, no fui yo, y después nos escoltó un ejército de gente en silla de ruedas al coche, porque  querían protegernos, como caballeros andantes con sus monturas metálicas, a pesar de que los porteros nos decían que nos quedáramos que era más tranquilo.

No sé cómo llegamos a casa. Pero llegamos. Lo del día siguiente sí que era para perder en el olvido, pero eso se me ha grabado. ¡Ay! Y esto sólo puede pasar en África.

Salifou Lindou





Coges el coche y arrancas. Como en una película dejas atrás calles, unas detrás de otras, hasta que se pierden en la distancia por el retrovisor y desaparecen.

Un hotel, una tienda, una esquina, una rotonda, te alejas de tu barrio, territorio conocido y te adentras en otro mundo. Vallas enrejadas, montones de basura, muros desgastados, paredes sucias. Aquí el paisaje siempre está salpicado por unos arbustos no convidados, un árbol, una palmera. La naturaleza no está domesticada.
Salir siempre se puede convertir en una aventura.

Llegas al final de un callejón cortado. Las puertas de las casas están abiertas. Familias reunidas en torno a televisores con imágenes pixeladas y sonido distorsionado. Tras bajar del coche, tú eres el nuevo centro de atención. Los niños se asoman curiosos. Todas las miradas te siguen en los pocos pasos que distas de una de las viviendas, cerrada por una puerta metálica, de chapa, mal acomodada en los goznes. Y llamas como antes, con unos golpes a la altura de los hombros que provocan eco, y una voz un  poco más alta que habitualmente nombrando al habitante que buscas.

Rumores de pasos, cuchicheos en el interior, y por fin te abren las puertas. Te invitan a entrar. Un salón enmoquetado, precedido de una colección de calzado de diferentes tamaños,  es lo primero que te encuentras. Y los ves. Cuadros en todas las paredes. Incluso dibujos de una niña pequeña, hija del artista, colgados al lado de los de su padre.

Entonces aparece. Todo vestido de blanco tras levantar la tela que separa el salón del resto de estancias. Tiene una sonrisa serena. Transmite paz con sus suaves movimientos. Sus ojos entrecerrados miran sin escrutar, te dejan espacio para ser. Los saludos habituales, juntando las cabezas hasta en tres ocasiones, cogidas las diestras, y con la otra a la altura del codo de la tendida, en señal de respeto. Preguntas, por la salud, la familia, el trabajo, las novedades en una acostumbrada letanía.

Este hombre dibuja, pinta, graba, hace collage, experimenta y se expresa a través de sus obras. Y se emociona con cada una de ellas. Ha estado representado por una galería europea, y ha expuesto en arco, y hoy diseña en acuarela para un concurso nacional con un importante premio al ganador. Y lo necesita.
Nos invita a su estudio, ilusionado como un niño cuando saca su obra, aún empaquetada de la última exposición en Doual’Art. Dispone de miles de herramientas e instrumentos repartidos por estantes y suelo, oleos, hierros y libros se acumulan por todas partes. Y te puedes perder en algunas de sus obras. Equilibrio, profundidad, color, arte.
Disfrutamos de su compañía y de su charla, y nos vamos a tomar algo con él. En su barrio, en una mesa en la calle, entre una peluquería iluminada y una tienda de alimentación cerrada. El suelo no está asfaltado, no hay aceras, las motos "sanili" pasan a tu lado en continua peregrinación a ninguna parte. Hay agujeros cada pocos metros, y montones de tierra; si los pusiéramos juntos quedaría una carretera lisa, me digo, pero no sería lo mismo; pronto nos abstraemos del decorado y disfrutamos de unas bebidas templadas. Se va la luz de todo el bario, ya solo tenemos los faros de los vehículos para iluminar de vez en cuando, es tan habitual que nadie reacciona de ninguna forma, seguimos nuestra distendida charla, a la vez que nuestros ojos se acostumbran a la nueva situación. Ves los perfiles de las cosas desdibujados, y solo las voces son el objetivo, atención absoluta a las palabras.

Nos despedimos y regresamos a nuestro mundo. Hoy le dicen el resultado del concurso.

Prólogo

Supongo que un blog es una forma de exponerse. Me crea tensión comenzar.
No quiero releer mil veces lo que escriba, que me conozco, y me cansaría en dos días. Alguna vez, cuando sucedan cosas interesantes o en momentos en los que necesite haceros partícipes de mi día a día, comenzaré a aporrear el teclado y me dejaré llevar.
Podéis criticar mi estilo y mi gramática, o la sucesión de sinsentidos que plasme, pero por favor sed magnánimos, no desenfoquéis. La finalidad es compartir con vosotros mi experiencia, y también, evitar que algunas vivencias se pierdan en el olvido. Os ruego paciencia y comprensión.
Nos vamos viendo.