Coges el coche y arrancas. Como
en una película dejas atrás calles, unas detrás de otras, hasta que se pierden
en la distancia por el retrovisor y desaparecen.
Un hotel, una tienda, una
esquina, una rotonda, te alejas de tu barrio, territorio conocido y te adentras
en otro mundo. Vallas enrejadas, montones de basura, muros desgastados, paredes
sucias. Aquí el paisaje siempre está salpicado por unos arbustos no convidados,
un árbol, una palmera. La naturaleza no está domesticada.
Salir siempre se puede convertir
en una aventura.
Llegas al final de un callejón
cortado. Las puertas de las casas están abiertas. Familias reunidas en torno a
televisores con imágenes pixeladas y sonido distorsionado. Tras bajar del
coche, tú eres el nuevo centro de atención. Los niños se asoman curiosos. Todas
las miradas te siguen en los pocos pasos que distas de una de las viviendas,
cerrada por una puerta metálica, de chapa, mal acomodada en los goznes. Y
llamas como antes, con unos golpes a la altura de los hombros que provocan eco,
y una voz un poco más alta que
habitualmente nombrando al habitante que buscas.
Rumores de pasos, cuchicheos en
el interior, y por fin te abren las puertas. Te invitan a entrar. Un salón
enmoquetado, precedido de una colección de calzado de diferentes tamaños, es lo primero que te encuentras. Y los ves.
Cuadros en todas las paredes. Incluso dibujos de una niña pequeña, hija del
artista, colgados al lado de los de su padre.
Entonces aparece. Todo vestido de
blanco tras levantar la tela que separa el salón del resto de estancias. Tiene
una sonrisa serena. Transmite paz con sus suaves movimientos. Sus ojos
entrecerrados miran sin escrutar, te dejan espacio para ser. Los saludos
habituales, juntando las cabezas hasta en tres ocasiones, cogidas las diestras,
y con la otra a la altura del codo de la tendida, en señal de respeto.
Preguntas, por la salud, la familia, el trabajo, las novedades en una
acostumbrada letanía.
Este hombre dibuja, pinta, graba,
hace collage, experimenta y se expresa a través de sus obras. Y se emociona con
cada una de ellas. Ha estado representado por una galería europea, y ha
expuesto en arco, y hoy diseña en acuarela para un concurso nacional con un
importante premio al ganador. Y lo necesita.
Nos invita a su estudio,
ilusionado como un niño cuando saca su obra, aún empaquetada de la última
exposición en Doual’Art. Dispone de miles de herramientas e instrumentos
repartidos por estantes y suelo, oleos, hierros y libros se acumulan por todas
partes. Y te puedes perder en algunas de sus obras. Equilibrio, profundidad,
color, arte.


Disfrutamos de su compañía y de
su charla, y nos vamos a tomar algo con él. En su barrio, en una mesa en la
calle, entre una peluquería iluminada y una tienda de alimentación cerrada. El
suelo no está asfaltado, no hay aceras, las motos "sanili" pasan a tu lado en
continua peregrinación a ninguna parte. Hay agujeros cada pocos metros, y
montones de tierra; si los pusiéramos juntos quedaría una carretera lisa, me
digo, pero no sería lo mismo; pronto nos abstraemos del decorado y disfrutamos
de unas bebidas templadas. Se va la luz de todo el bario, ya solo tenemos los
faros de los vehículos para iluminar de vez en cuando, es tan habitual que
nadie reacciona de ninguna forma, seguimos nuestra distendida charla, a la vez
que nuestros ojos se acostumbran a la nueva situación. Ves los perfiles de las
cosas desdibujados, y solo las voces son el objetivo, atención absoluta a las
palabras.
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