martes, 4 de junio de 2013

Salifou Lindou





Coges el coche y arrancas. Como en una película dejas atrás calles, unas detrás de otras, hasta que se pierden en la distancia por el retrovisor y desaparecen.

Un hotel, una tienda, una esquina, una rotonda, te alejas de tu barrio, territorio conocido y te adentras en otro mundo. Vallas enrejadas, montones de basura, muros desgastados, paredes sucias. Aquí el paisaje siempre está salpicado por unos arbustos no convidados, un árbol, una palmera. La naturaleza no está domesticada.
Salir siempre se puede convertir en una aventura.

Llegas al final de un callejón cortado. Las puertas de las casas están abiertas. Familias reunidas en torno a televisores con imágenes pixeladas y sonido distorsionado. Tras bajar del coche, tú eres el nuevo centro de atención. Los niños se asoman curiosos. Todas las miradas te siguen en los pocos pasos que distas de una de las viviendas, cerrada por una puerta metálica, de chapa, mal acomodada en los goznes. Y llamas como antes, con unos golpes a la altura de los hombros que provocan eco, y una voz un  poco más alta que habitualmente nombrando al habitante que buscas.

Rumores de pasos, cuchicheos en el interior, y por fin te abren las puertas. Te invitan a entrar. Un salón enmoquetado, precedido de una colección de calzado de diferentes tamaños,  es lo primero que te encuentras. Y los ves. Cuadros en todas las paredes. Incluso dibujos de una niña pequeña, hija del artista, colgados al lado de los de su padre.

Entonces aparece. Todo vestido de blanco tras levantar la tela que separa el salón del resto de estancias. Tiene una sonrisa serena. Transmite paz con sus suaves movimientos. Sus ojos entrecerrados miran sin escrutar, te dejan espacio para ser. Los saludos habituales, juntando las cabezas hasta en tres ocasiones, cogidas las diestras, y con la otra a la altura del codo de la tendida, en señal de respeto. Preguntas, por la salud, la familia, el trabajo, las novedades en una acostumbrada letanía.

Este hombre dibuja, pinta, graba, hace collage, experimenta y se expresa a través de sus obras. Y se emociona con cada una de ellas. Ha estado representado por una galería europea, y ha expuesto en arco, y hoy diseña en acuarela para un concurso nacional con un importante premio al ganador. Y lo necesita.
Nos invita a su estudio, ilusionado como un niño cuando saca su obra, aún empaquetada de la última exposición en Doual’Art. Dispone de miles de herramientas e instrumentos repartidos por estantes y suelo, oleos, hierros y libros se acumulan por todas partes. Y te puedes perder en algunas de sus obras. Equilibrio, profundidad, color, arte.
Disfrutamos de su compañía y de su charla, y nos vamos a tomar algo con él. En su barrio, en una mesa en la calle, entre una peluquería iluminada y una tienda de alimentación cerrada. El suelo no está asfaltado, no hay aceras, las motos "sanili" pasan a tu lado en continua peregrinación a ninguna parte. Hay agujeros cada pocos metros, y montones de tierra; si los pusiéramos juntos quedaría una carretera lisa, me digo, pero no sería lo mismo; pronto nos abstraemos del decorado y disfrutamos de unas bebidas templadas. Se va la luz de todo el bario, ya solo tenemos los faros de los vehículos para iluminar de vez en cuando, es tan habitual que nadie reacciona de ninguna forma, seguimos nuestra distendida charla, a la vez que nuestros ojos se acostumbran a la nueva situación. Ves los perfiles de las cosas desdibujados, y solo las voces son el objetivo, atención absoluta a las palabras.

Nos despedimos y regresamos a nuestro mundo. Hoy le dicen el resultado del concurso.

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